La vereda
Capilla y ermita, Puerto Alto
Sobre aquel viejo camino, el que va rodeando,
empezamos a desvariar, cual palabrerío
de fantasmas y naguales
disputándose el alma de los matorrales.
Caminábamos cuesta abajo, hacia la barranca,
cuando de repente encontramos un claro en el bosque.
¡Cómo podía existir un paraje tan triste!
Allí el viento sollozaba a grito abierto
y las chozas tambaleaban,
atónitas ante el cataclismo anunciado.
Corrimos y corrimos sin lograr salir.
Fue entonces, mientras acariciaba
tu piel rojiza, que te besé
y enseguida te perdí,
muriéndome yo contigo,
acurrucados sobre la terracería áspera.
Sólo después aprendí a llamarte por tu nombre,
güerco reacio y esquivo. Te maldije y te pateé,
pero nunca volviste a recorrer esa vereda conmigo,
ni una sola vez más.
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