Sunday, June 12, 2005

The Galactic Republic


Firebombing of Dresden, 1945

Al fin me harté de pasar todo el santo día aplastado frente a la compu, de modo que cuando Jorge habló por teléfono invitándome al cine, salí como disparado del departamento. La película que fuimos a ver se llama Revenge of the Sith. La traducción ñoña elegida por la casa productora es La venganza de los Sith. Una traducción más aculturada hubiera sido El desquite de los sitianos o algo al estilo, pero en fin "igual, total no tiene cristal", como dicen los catalanes. (Me gusta mucho la palabra "desquite", quizás porque hace rima con "mesquite.")

¡Qué cosa es un ser humano! Ningún otro animal, acechado por hambrunas y plagas, se queda absorbido ante un juego de fantasías, ante una iconografía ilusoria. En este sentido, pareciera que su ingenio no tiene límite. Un imprevisto logro de la cultura hindú, por ejemplo, ha sido la adaptación de su industria cinematográfica, modelada en la del imperio más desplegado en la historia del mundo, para los requisitos de una población que existe perennemente al borde de la aniquilación.

Por otra parte, en el núcleo de ese imperio, se trata de convencernos, de una vez por todas, de la venidera indestructibilidad del ser humano, de su total dominio sobre las fuerzas del tiempo. En pocas palabras, se trata de convencernos del fin de la humanidad, en cuanto al auténtico entendimiento que el ser humano siempre ha tenido de sí mismo.

Algo que siempre me ha impresionado de estas películas norteamericanas de ciencia ficción es la ya muy comentada maña que tienen, de universalizar ciertos aspectos de la cultura anglosajona, o sea, de proyectar en dimensión cósmica sus valores y su forma de vida. Claro, esto no es novedoso y tampoco los anglosajones son los primeros en hacerlo. De hecho todas las culturas tienden a plasmar su muy particular mitología étnica en grande, a pensar que ésta es y será válida en todos los lugares y para todos los tiempos. Esta tendencia se origina en la misma función que ejerce la mitología dentro de cualquier sistema cultural. La mitología funge como cosmovisión, concepto planteado por el filósofo alemán Wilhelm Dilthey. (¡Qué cañones son los alemanes en filosofía!) Según Wikipedia:

Una cosmovisión es el conjunto de opiniones y creencias que conforman la imagen o concepto general del mundo que tiene una persona, época o cultura, a partir de la cual interpreta su propia naturaleza y la de todo lo existente. Una cosmovisión define nociones comunes, que se aplican a todos los campos de la vida, desde la política, la economía o la ciencia hasta la religión, la moral o la filosofía.


Ahora bien, la cosmovisión promovida por las interminables Guerras de las galaxias se asemeja en demasía a la mitología étnica realmente vigente dentro de la cultura norteamericana-anglosajona actual. Según esta mitología, el universo conocido integra una Gran República Democrática, donde pululan las especies inteligentes en condiciones de plena igualdad; presidida, por supuesto, por un grupúsculo de solemnes senadores de inconfundibles rasgos norte-europeos, algunos de los cuales hasta hablan con acento británico.

En esta era ya plenamente globalizada, en nuestra Era del Quinto Sol, la cosmovisión de la República Galáctica influye en todas y en cada una de nuestras sociedades, desde México hasta Papua Nueva Guinea. Mientras algunos ven en ella el Gran Imperio del Mal, empeñado en la más despiadada explotación, otros vaticinan la añorada Utopía Terrenal. Sin duda la realidad es ajena a estas dos disyuntivas.

Todas las épocas de la historia universal han visto surgir grandes imperios. Aunque nada se puede saber con certeza sobre el lejano futuro de la raza humana, la historia ha sido fiel testigo de esta solemne verdad: no hay imperio que dure mil años.

From the The Economist:
What separates the United States from all previous major powers in history is that it is the least territorial and the most idealistic of them all. Americans see themselves as a benign power and are often embarrassed by the use of power, and much more so of force; hardly the behavior that was the trademark of the Greek, Roman, British or Soviet empires in their times. In stark contrast with those hegemons, Americans like to be loved as they project their power. There’s no question Americans have an uphill selling job to do.